jueves, 22 de septiembre de 2016


Piensa en otro idioma y acertarás

Tomar decisiones en una lengua distinta de la materna lleva a conclusiones más reflexivas
    Una traductora trabaja durante un pleno del Parlamento Europeo. PIETRO NAJ-OLEARI PE-EP/(ATLAS)


"¿En qué idioma te lo tengo que decir para que me hagas caso?". Esta frase que miles de madres han lanzado contra sus hijos está, en el fondo, cargada de verdad (como todas las cosas que dicen las madres). Porque una serie de trabajos científicos recientes está dando forma a una realidad sorprendente: pensamos y decidimos de distinta forma si procesamos la información en otro idioma que no sea el materno. Aunque entendamos igual de bien la idea o el problema, al hacerlo en una segunda lengua el resultado será más reflexivo; menos emocional, más orientado a obtener un resultado útil.

"Beneficia al pensamiento deliberativo; te hace pensar dos veces las cosas", asegura Albert Costa, uno de los mayores expertos en bilingüismo gracias a sus investigaciones en la Universidad Pompeu Fabra. Empezó sus estudios en este campo con el dilema del tranvía: ¿tirarías a una persona a la vía para que con su muerte salve la vida de otras cinco personas? El conflicto moral que nos supone empujar a esa víctima solitaria se desvanece en muchas personas cuando se lo plantean en un idioma que no es el materno.

En otro idioma, nos centramos menos en nuestra primera respuesta emocional, crece la tolerancia al riesgo y se maximiza el interés por el beneficio


Las personas que sacrificarían a esa persona en virtud del bien común pasan de ser el 20% de la muestra hasta casi la mitad. Únicamente porque procesan el dilema en un idioma aprendido después del materno. Muchos otros trabajos han confirmado estos resultados: en un idioma extranjero nos llevamos menos por lo emocional y nos centramos en el resultado más eficiente. Somos menos moralistas y más utilitaristas. Siempre se trata de sujetos que manejan con soltura el otro idioma y se ha probado en español, inglés, italiano, alemán... el habla concreta no parece influir.

Costa acaba de publicar un artículo junto a unos colegas en una revista especializada (Trends in Cognitive Sciences) en el que repasa algunos de los resultados más llamativos de este campo de investigación y en el que tratan de explicar los motivos. En otro idioma, no solo nos centramos menos en nuestra primera respuesta emocional en dilemas morales. Además, crece la tolerancia al riesgo por ejemplo al planear un viaje o al aceptar una novedad biotecnológica: se maximiza el interés por el beneficio. Y nos ofenden menos los insultos.

"Beneficia al pensamiento deliberativo; te hace pensar dos veces las cosas", asegura Albert Costa


También este mes se ha publicado una investigación de la especialista Janet Geipel, de la Universidad de Trento, en el que proponían dos situaciones en las que las intenciones morales entran en conflicto con el resultado obtenido. Por ejemplo, alguien entrega una chaqueta a mendigo para que se caliente pero termina recibiendo una paliza porque otros creen que la ha robado. Por otro lado, la historia de una pareja que decide adoptar a una niña discapacitada para poder cobrar las ayudas estatales o la idea de una empresa de donar a la caridad para mejorar sus beneficios. Al plantear estos escenarios en el idioma extranjero, los sujetos estudiados valoraron mucho más el resultado obtenido (malo en el primer caso, bueno en el segundo) que la ética de las intenciones.

Geipel había publicado el año pasado otro estudio en el que proponía situaciones con cierta carga de tabú social: un hombre que cocina y prueba la carne de su perro muerto, alguien que trocea una bandera de su país para limpiar un váter, una pareja de hermanos que deciden mantener una relación sexual. Los sujetos debían evaluar del 0 al 10 la maldad del acto. Quienes los leyeron en su segundo idioma otorgaron de media un punto menos de incorrección moral a estas acciones.

El conflicto moral que nos supone empujar a esa víctima solitaria se desvanece en muchas personas cuando se lo plantean en un idioma que no es el materno

No están claros los motivos concretos de este cambio de conducta, de esta doble personalidad lingüística. Costa sugiere un ramillete de razones que estarían interconectadas entre sí: "Por un lado, otro idioma obliga a pensar despacio. Además, entendemos que lo emocional está más ligado a la primera lengua que aprendemos".


                                              Psicólogo estadounidense e israelí, Daniel Kahneman. Premio Nobel de
                                              Economía 2002 por su trabajo pionero en psicología sobre el modelo
                                              racional de la toma de decisiones.


Como explica el premio Nobel Daniel Kahneman, nuestro cerebro contaría con un Sistema 1, que se dedica a las respuestas intuitivas, más veloces y eficaces pero lastradas por sesgos, y un Sistema 2, que se ocupa de las respuestas que exigen reflexión. En nuestro idioma natural, saltaría con más facilidad el Sistema 1 a gestionar el problema; el esfuerzo adicional de usar otro idioma despertaría al Sistema 2, más perezoso pero más juicioso. Así se explicaría ese porcentaje de personas que aparcan sesgos como la aversión al riesgo, los reparos morales, etc.

"Por un lado, otro idioma obliga a pensar despacio. Además, entendemos que lo emocional está más ligado a la primera lengua que aprendemos", sugiere Costa

Tanto Geipel como Costa suelen mencionar en sus trabajos la situación que se da en escenarios como Naciones Unidas o la Unión Europea, en la que buena parte de sus miembros toman decisiones en una lengua que no es la materna. "Y en multinacionales, en la ciencia, en numerosos ámbitos hay gente trabajando en inglés aunque no es su primer idioma", señala Costa, que está trabajando en aplicaciones para este hallazgo. Por ejemplo, en negociaciones en las que se requiere que los actores aparquen sus emociones y sus pegas personales, centrándose en los beneficios que obtendrían ambos si logran ponerse de acuerdo. Quizá sería una buena idea proponer sesiones en inglés en el Congreso de los Diputados.



Salas, J. (22 de Septiembre de 2016). Piensa en otro idioma y acertarás. El País. Recuperado de http://www.elpais.com

martes, 20 de septiembre de 2016

La educación sexual todavía deja mucho que desear


En una de las clases españolas, se explica el proceso de fecundación.


El pasado 13 de septiembre la revista médica BMJ Open publicó un estudio realizado por la School of Social and Community Medicine, de la Universidad de Bristol (Reino Unido), sobre lo que opinan alumnos de diferentes partes del mundo (EEUU, Canadá, Nueva Zelanda, Australia, Japón, Irán, Brasil, Reino Unido, Irlanda y Suecia) respecto a la educación sexual que reciben. La mayoría coincide en que los contenidos están obsoletos, son impartidos inadecuadamente por personas no profesionales que, a menudo, se sienten cohibidas en esta tarea; no tienen en cuenta el hecho de que la audiencia está formada por personas sexuales que, es muy probable, que estén experimentando o poniendo en práctica esta faceta de su personalidad y casi todos tachan los modelos educativos de higienistas, negativos y centrados más en las cuestiones científicas o de prevención, que en las psicológicas o de disfrute.

“Se nos habla básicamente del coito y una de sus consecuencias, los embarazos, pero nunca sobre masturbación, sexo oral u otro tipo de prácticas o sexualidades”, apuntaba uno de los alumnos entrevistados para el estudio. “Cuando empecé a experimentar el sexo me di cuenta de que la mayor parte de las cosas que nos contaron estaban mal explicadas”, se quejaba otro. Una chica denuncia la visión sexista y estereotipada de los comportamientos de ambos géneros frente a la sexualidad, “a nosotras se nos inculca que no debemos sentirnos presionadas para tener relaciones. Siguen con la idea de que el chico es el que está más interesado en hacerlo, mientras nosotras no. No se dan cuenta que muchas chicas también quieren tener sexo, probarlo, experimentarlo y disfrutarlo”. “No hablan de la parte emocional de la sexualidad, cómo afecta a la persona. Se centran en la anatomía y la biología. Ya he visto muchos vídeos de ese tipo. Deberían hablarnos de la presión que hay ahí fuera, de los medios, los amigos, la familia. Todo eso es importante y no lo contemplan”, afirma otro estudiante.


El caso español. El sexo entra dentro del campo de la ideología, la religión no

En España las cosas no han cambiado mucho desde los tiempos en los que un cura progre o una religiosa –personajes que, supuestamente, no tenían mucha experiencia en la materia– nos explicaban con diapositivas todo lo que pasaba desde el momento en que un espermatozoide alcanzaba el óvulo hasta el feliz día del parto. Claro que olvidaban un pequeño inconveniente, el sexo es todo lo que ocurre justo antes. Pero todavía perdura esa creencia errónea que plantea esta ecuación: a más información sexual, más promiscuidad y más problemas. Siguiendo esta lógica aplastante podríamos presumir que los alumnos de química acabarán siendo científicos locos, que idearán una fórmula para acabar con la raza humana; o que los que estudian para cirujanos tienen grandes probabilidades de emular las hazañas de Jack El Destripador.


                                                                         El ministro de educación Jose Ignacio Wert.

El debate sobre si la sexualidad debe entrar en las aulas o ceñirse al círculo familiar sigue más vivo que nunca. La LOGSE de 1990, introducía la apertura de los centros escolares a la educación sexual afectiva y reproductiva, aunque no hablaba de contenidos específicos. La LOE (2006) apostaba más por la transversalidad, es decir, incluir estos temas en asignaturas como Educación para la ciudadanía y la LOMCE (2012), más conocida como Ley Wert, eliminó estos contenidos por considerar que podían estar muy ideologizados, aunque incluye la religión. La educación sexual queda entonces relegada a la consideración del centro educativo y el presupuesto de que se disponga.

Según Ana Yáñez, sexóloga, psicóloga, directora del Instituto Clínico Extremeño de Sexología, coordinadora y docente del Máster de Sexología de la Universidad de Extremadura y con una amplia experiencia a la hora de impartir clases sobre sexualidad en colegios, “la educación sexual es una materia trasversal, a criterio del colegio y que, en el mejor de los casos, se reduce a unas charlas esporádicas realizadas por sexólogos. Aunque también hay mucho intrusismo. A veces es impartida por padres de alumnos o por empresas de higiene íntima o preservativos que, en algunos casos, no llevan a profesionales y cuyos seminarios están más orientados a la venta del producto que a la información o educación”.

El sexo todavía levanta ampollas y es siempre una actividad extraescolar muy vigilada y monitoreada por padres y profesores. “En este sentido, siempre hay que contar con la aprobación de la asociación de padres para dar las charlas o utilizar las guías –libros de texto– elaboradas para esta materia”, apunta Yáñez. “Cuando impartimos la clase, hay siempre un profesor en actitud de oyente. Algo que considero inapropiado porque muchos alumnos pueden sentirse cohibidos a la hora de preguntar o comentar algo delante de su tutor. Es un tema delicado, que solemos tratar con el mayor anonimato posible para que no de a pie a estigmatizar a los compañeros. Antes de empezar la clase decimos que los alumnos escriban sus preguntas o temas a tratar en un pedazo de papel y lo echen a una urna para asegurarnos de que tratamos los asuntos que les preocupan”.

Según esta experta, los países que mejor nota sacan en esta asignatura son Finlandia, Suecia (con un programa en la tele para niños), Canadá, Holanda y Alemania; y añade, “una buena educación sexual que contemple la dimensión bio-psico-social del individuo, va más allá de evitar embarazos no deseados o contagios de ETS, contribuye a una sociedad menos machista, reduce la violencia de género y evita muchas patologías de índole sexual, que tienen su base en traumas psicológicos o concepciones erróneas respecto a la sexualidad”.



Abundancia, R. (20 de Septiembre de 2016). El clítoris, la nueva lección para este curso en los colegios franceses. El País. Recuperado de http://www.elpais.com

jueves, 15 de septiembre de 2016


No, no tienes “personalidad adictiva”

Las actividades excesivas relacionadas con el juego con apuestas, el sexo y el trabajo, ¿pueden realmente considerarse verdaderas adicciones?





Robert de Niro. Casino, 1995.

“La vida es una serie de adicciones, y sin ellas nos morimos”.

Es mi cita favorita de la bibliografía especializada en adicción, y este comentario lo hizo en 1990 Isaac Marks en la publicación British Journal of Addiction. Hizo esta declaración deliberadamente provocativa y controvertida para estimular el debate sobre si las actividades excesivas y posiblemente problemáticas como el juego con apuestas, el sexo y el trabajo pueden realmente considerarse verdaderas adicciones.

Es posible que muchos de nosotros nos consideremos “adictos” al té, al café, al trabajo o al chocolate, o que conozcamos a otros a los que podríamos describir como “enganchados” a la televisión o a la pornografía. ¿Pero tienen estas suposiciones una base real?

El tema se reduce a cómo se califica en primer lugar la adicción, porque muchos de los que trabajamos en este campo disentimos respecto a cuáles son sus principales componentes. Muchos sostendrían que las palabras “adicción” o “adictivo” se utilizan tanto en circunstancias cotidianas que han perdido todo su sentido. Por ejemplo, decir que un libro es “adictivo” o que una serie de televisión específica es “adictiva” priva a la palabra de utilidad en el ámbito clínico. En estas expresiones, la palabra “adictivo” se usa supuestamente de modo positivo, algo que devalúa su verdadero significado.



¿Entusiasmo sano… o verdadero problema?


La pregunta que más me hacen –en especial los medios de comunicación– es cuál es la diferencia entre un sano entusiasmo excesivo y una adicción. Mi respuesta es simple: un sano entusiasmo excesivo te da vida, mientras que una adicción te la quita. También creo que, para ser clasificada como adicción, cualquier conducta debería comprender una serie de componentes clave, como la preocupación general por la conducta, el conflicto con otras actividades y relaciones, los síntomas de abstinencia cuando no se puede efectuar la actividad, un aumento de la conducta con el tiempo (tolerancia), y el uso de la conducta para alterar el estado de ánimo.
A menudo están presentes otras consecuencias, como sentirse incapaz de controlar la conducta y anhelarla. Si todos estos signos y síntomas están presentes, yo llamaría a esa conducta una verdadera adicción. Pero eso no ha impedido que otros me acusen de diluir el concepto de adicción.

La ciencia de la adicción 
Hace unos años, Steve Sussman, Nadra Lisha y yo publicamos un estudio que examinaba la relación entre 11 posibles conductas adictivas estudiadas en la bibliografía especializada: consumir tabaco, bebidas alcohólicas o drogas prohibidas, comer, apostar, usar Internet, amar, el sexo, el ejercicio físico, el trabajo y las compras. Examinamos los datos de 83 estudios a gran escala y establecimos que la incidencia de la adicción en un periodo de 12 meses entre los adultos estadounidenses variaba desde un mínimo del 15% hasta un máximo del 61%.
También consideramos verosímil que, en un periodo de un año, hasta el 47% de la población adulta estadounidense experimente los signos de inadaptación propios de un trastorno adictivo, y que tal vez resulte útil pensar que las adicciones se deben a problemas relacionados con el estilo de vida y con factores personales. En resumen –y con muchas salvedades– nuestro artículo sostenía que, en cualquier momento dado, casi la mitad de la población estadounidense es adicta a una o más conductas.
Muchos artículos científicos muestran que padecer una adicción aumenta la propensión a sufrir otras. Por ejemplo, en mi propia investigación, me he encontrado con jugadores compulsivos alcohólicos, y probablemente todos podemos nombrar personas adictas al trabajo y a la cafeína. También es común que quienes abandonan una adicción la sustituyan por otra (lo que los psicólogos denominamos “reciprocidad”). Esto es fácilmente comprensible porque el abandono de la adicción deja un vacío en la vida de la persona, y a menudo las únicas actividades capaces de llenar ese vacío y proporcionar experiencias similares son otras conductas posiblemente adictivas. Esto ha llevado a muchos a establecer que dichas personas tienen una “personalidad adictiva”.

¿Personalidades adictivas?
Si bien hay muchos factores que predisponen a la conducta adictiva, entre ellos los genes y rasgos de la personalidad como una elevada inestabilidad emocional (ansiosos, infelices, tendentes a las emociones negativas) y la baja concienciación (impulsivos, descuidados, desorganizados), la personalidad adictiva es un mito.
Aunque hay muchas pruebas científicas de que las personas con adicciones son en su mayoría muy neuróticas, la inestabilidad emocional en sí no es un factor predictivo de la adicción. Por ejemplo, hay personas muy neuróticas que no son adictas a nada, de modo que la inestabilidad emocional no sirve para predecir la adicción. En resumen, no hay pruebas aceptables de que haya un rasgo de personalidad específico –o un conjunto de ellos– que sirva para predecir la adicción y solo la adicción.
El hacer algo de manera habitual o en exceso no tiene por qué ser problemático. Si bien hay muchas conductas como consumir un exceso de cafeína o ver demasiada televisión que podrían en teoría calificarse de adictivas, es más probable que se trate de conductas habituales que son importantes en la vida de una persona, pero que en realidad causan pocos problemas, o ninguno. Como tales, no deberían calificarse de adicción a no ser que tengan consecuencias psicológicas o fisiológicas significativas en la vida cotidiana de esas personas.

Mark Griffiths es director de la Unidad de Juego y profesor de Comportamiento Adictivo en la Universidad Nottingham Trent. Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la web The Conversation

Traducción de NewsClips
Fuente: http://www.elpais.com

lunes, 5 de septiembre de 2016



Un país que intenta solucionar todo con pastillas

Un estudio recoge el abuso de ansiolíticos, sedantes y otras medicaciones en España


Para levantarse, una pastilla; para acostarse, dos. Si se está triste, otra; si son nervios, unas cuantas más. Y ya, si hay dolor, las que hagan falta. Lo que podría parecer una caricatura es el día a día de muchos españoles, según un estudio que acaba de publicar la revista especializada BMC Psychiatry:un 7% ha consumido opioides sin indicación médica durante el último año; un 9% lo ha hecho con sedantes; un 2,4%, con estimulantes. De los cinco países estudiados (España, Reino Unido, Suecia, Alemania y Dinamarca), los más adictos a las pastillas son, de media, los españoles.
El trabajo no ahonda en si hay factores exógenos (la crisis, la situación política, los desahucios o la programación de algunas cadenas de televisión) que influyan en esta afición a tomar píldoras para todo. Pero algunos especialistas no dudan en que, en España, hay una trivialización del consumo de medicamentos en general, y de los relacionados con problemas mentales en particular. Aunque no es algo exclusivo de las pastillas para los nervios. La automedicación, los botiquines caseros y el abuso de antibióticos, por ejemplo, son otras muestras de esta tendencia a intentar curarlo todo con fármacos.
Los datos del estudio son llamativos, pero tampoco descubren algo insospechado. La última encuesta de consumo de drogas del Ministerio de Sanidad, la Edades de 2013, ya recogía que los hipnosedantes —con o sin receta— eran la cuarta sustancia psicoactiva más consumida por los españoles, solo por detrás del alcohol, el tabaco y el cannabis: un 22% de los encuestados los tomaban. Si se asume que todos los usuarios que tienen una prescripción de verdad necesitan el fármaco y nos quedamos solo con los que los toman sin tener la orden médica correspondiente, aún era la décima sustancia de la lista, por delante de las setas, la heroína, los esteroides, la ketamina y el GHB, entre otras drogas. Se consuman para dormir (Orfidal), para pasarlo bien (algunos sedantes mezclados con alcohol) o, simplemente, para no pasarlo mal (Lexatin), sus riesgos son claros: adicción, intoxicaciones, daños psiquiátricos, hepáticos, sociales.

Algunos de los anuncios más recientes que reflejan actitudes cada vez más instauradas en la personalidad de la sociedad occidental: no poder esperar, quererlo todo, querer ser el mejor, conseguir lo que quiero fácilmente, entre otras.



Pero quizá lo peor de estas cifras sea lo que este consumo abusivo tiene de síntoma, de retrato de una población que no tolera el menor contratiempo, que siempre tiene prisa para superar los desengaños, que considera reprobable que alguien se encuentre mal y pida un respiro o ayuda. Aparte de aspectos básicos en la prevención de los consumos, como la educación, y del control de estas sustancias, lo que están diciendo estos datos es que las personas no tienen recursos —ni propios ni, mucho menos, ajenos— para solventar sus problemas diarios. O, lo que sería más importante, que el sistema no está preparado para explicarles y acompañarles en un proceso que, en contra de sus deseos, no es inmediato.

Si algún responsable sanitario se pone nervioso al leer estos estudios, ya sabe la solución: que llame a su camello de Tranquimazin. O que haga algo útil.




De Benito, E. (5 de Agosto de 2016). Un país que intenta solucionar todo con pastillas. El País. Recuperado de http://www.elpais.com

jueves, 1 de septiembre de 2016


Yolanda, una mujer polimedicada: "Llegué a tomarme 20 pastillas al día"

Terapias de grupo y otras alternativas a la medicación


                                                                              Cuatro Televisión. En el punto de mira. 31 de Agosto de 2016.